Caminando por La Habana

Era octubre del 2019, y el avión sobrevolaba la isla, desde la ventanilla podía ver los grandes espacios verdes, probablemente sembríos de caña de azúcar.  En mis adentros, intuía que sería un viaje junto a mi hija inolvidable, como sin duda lo fue. Cuando aterrizamos y se abrió la escotilla, me sorprendió descender por una anticuada escalerilla, cuando se trataba de un viaje y en un aeropuerto internacional. La terminal de tonos oscuros se veía envejecida,descuidada, donde el aire estaba cargado de un pesado control estatal; la primera impresión que sentí fue que habíamos realizado un viaje en el tiempo, despegando en el siglo XXI desde la escala en Bogotá y aterrizando en cuestión de horas en los60s.

En evidente contraste con los empobrecidos y hacinados sectores aledaños, en el área turística de la Habana Vieja, se puede apreciar su belleza, su toque señorial colonial y peculiar elegancia, espacio dentro del cual se respira orden, seguridad y respeto por el turista, adornados por la calidez caribeña del cubano, y en el que el se puede entrever los guardias del régimen camuflados entre la gente. La Plaza de la Revolución, vale visitarla y si es posible a bordo de un vehículo antiguo, que se lo puede tomar saliendo de El Floridita, ubicado en la calle Obispo, famoso bar restaurante al que concurría Hemingway, y en el que parecería que la fiesta nunca falta, ya que no es necesario que llegue la noche para que se encienda.

Hay muchas leyendas en la calle, como por ejemplo los celos políticos que habría tenido Fidel Castro del carismático Camilo Cienfuegos, desaparecido misteriosamente en un viaje aéreo. En las calles, se puede también constatar que, el deseo de superación se volvió una ilusión perdida para muchas personas, sobre todo para los que nacieron con la revolución; lo cual es fácil detectar si se logra cruzar palabras, por ejemplo, con el taxista, cuando se descubre quees profesional e informado, pero en el que su deseo de superación se la apropió Fidel…

Sus carreteras, caracterizadas por el poco tránsito, por grupos humanos bajo el sol canicular esperando transporte, por la casi nula presencia de letreros comerciales, salvo los de la revolución. 

Sin duda, fue un viaje al pasado, a una triste historia que nos grita con voz muda en los oídos del corazón y de la razón, que nos encontrábamos en una bella pero empobrecida isla convertida en una injusta e inhumana cárcel de desarmados inocentes, cárcel que no solo es física sino de algo más grave, de la mente, del pensamiento, del alma…, y que los barrotes invisibles pero eficaces no eran de hierro sino políticos; y, el gran carcelero, el perverso régimen comunista castrista.