Devoción fatal al autoritarismo

A diario escucho la pregunta de cómo se explica, a pesar del  montón de evidencias de corrupción, desenfreno ansioso por la impunidad, obsesión por volver a controlar un poder omnímodo, seguir esquilmando el frágil patrimonio público; el extremo malvado de idear la prisión de sus enemigos políticos, encerrarlos en una celda, provocar un amotinamiento carcelario de ferocidad que extermine la vida de ellos, ¿todavía hay una porción de electores que actúan como hijos ciegos que lo idolatran? Parecería una obscenidad, un hecho indeseable, pero real y presente.

Entonces reflexiono en la multiplicidad de enfoques sociológicos en torno a los populismos y su variedad de significados y tendencias, desde quienes lo pontifican como Ernesto Laclau o Chantal Mauffe, pasando por Villacañas, Viroli, Revelli, Zanatta, Peruzzotti, Carlos de la Torre y otros. Las raíces de la inequidad social, la pobreza extrema, la angustia y la fantasía por el redentor o la magia. El encantamiento por el mensaje populista que cotiza en el mercadeo de la elocuencia que aprisiona y fascina.

Pero hay un género contemporáneo de populismos apegados a formas autoritarias del ejercicio del poder. En el fondo de la cuestión, Stalin tuvo un discurso liberador, igual que el nazi/fascismo, como proyectos totalitarios que proclaman como dioses una ideología, al partido, la raza, o el Estado; y, encerraron ensueños colectivos fracasados.

Una relectura regresando a Erich Fromm y su «Psicoanálisis de la sociedad contemporánea» o la «Personalidad Autoritaria» de Theodor Adorno, ambos cercanos a la denominada Escuela de Frankfurt, desde la psicología social nos proporcionan perfiles y rasgos de los líderes autoritarios: reacios a los valores de la democracia, el pluralismo y la tolerancia, agudo sectarismo, intransigentes y tercos, endiosados e infalibles, dueños únicos de la verdad, mando arbitrario y agresivo, coléricos y rencorosos, mordaces apegados a la violencia, propensos al conflicto y la polarización, faltos de empatía y tendencia psicopática, ausencia de culpa o remordimiento, arrogancia sin límites. Una mezcla letal de neurosis, neuroticismo y narcisismo.

La parte de la ciudadanía, que está atada al líder autoritario vanidoso, renuncia a su capacidad de pensar y expresarse. Adolece de un miedo a la libertad.  Opta por una dependencia mental. Ha sido intoxicada por el déspota que los subyuga. Los autócratas, dice Fromm: «llenan las cabezas de la gente de hojarasca barata». Inducen un envenenamiento cerebral.