Baltazar Ushca quedó inmortalizado en el imaginario nacional e internacional como el Último hielero del Chimborazo. La noticia de su muerte se difundió casi de inmediato en el extranjero.
Se publicaron reseñas y los videos sobre su trayectoria y oficio se viralizaron. Tuvieron el mismo impacto que los documentales en los cuales se contaba sobre su oficio en el Chimborazo en busca de hielo. O el interés que despertaban sus vivencias que las contaba en el Museo del Municipio de Guano o en cualquier presentación a la que era invitado.
Un hombre humilde, de baja estatura y manos grandes y fuertes, se ganó -en vida- el respeto. Un reconocimiento que no se mide en dinero, sino en algo que va más allá: transcender.
Baltazar es una figura emblemática en la historia cultural e indígena de Ecuador. Su vida y labor no solo han tenido un impacto significativo aquí, sino que también han resonado en el extranjero.
Lo logró desde un espacio que puede pasar desapercibido para muchos. Sin embargo, el mundo puso en valor la importancia de preservar las tradiciones ancestrales frente a lo contemporáneo.
A pesar de las adversidades climáticas y la disminución de hieleros debido a la llegada de tecnologías modernas como los refrigeradores o congeladores, Ushca continuó su labor. Fue el último representante de una tradición que se remonta a tiempos precolombinos.
Tuvo reconocimientos en vida. En 2017 recibió un Doctorado Honoris Causa por su contribución a la cultura indígena.
Su historia fue inmortalizada en el documental El Último Hielero, que ha sido presentado en festivales internacionales y ha atraído la atención de medios como The New York Times.
Ese reconocimiento lo recibió también en su sepelio. Sus familiares, amigos, vecinos… rindieron un homenaje a un ecuatoriano, que no buscó fama, sino que su ejemplo y tenacidad le abrieron paso al reconocimiento.
Ahora, le toca al Ecuador no olvidarse de su legado, ni de su nombre.