El poder de los machos

Aunque no es una novedad, en las últimas semanas se han acumulado los casos que ponen de manifiesto la forma en que los hombres con poder –los ‘operadores de dominación’ como los llama Michel Foucault– fabrican relaciones de sometimiento, no solo hacia las mujeres sino también hacia otros hombres que no encajan en su patrón.

Los casos con mayor atención han sido los relacionados con famosos: el rapero Puff Daddy, preso por tráfico sexual y reclutamiento para la prostitución, y el empresario de la moda, Michael Jeffries, acusado de forzar a decenas de hombres a realizar actos sexuales cuando fue director de ‘Abercrombie & Fitch’.

Sin constituir delitos penales de la magnitud de los mencionados, se encuentran otros más cercanos, como el que sacó a la luz Margarita Rosa de Francisco (la Gaviota de Café con aroma de mujer) sobre las intervenciones quirúrgicas que infantilizan el cuerpo femenino para complacer a esos hombres con poder suficiente para el acceso y la promoción de ese tipo de prácticas.

En el Ecuador, mientras tanto, la Presidencia de la República usa, sin sonrojarse, la canción ‘Mami soy tu vaquero’, de explícito contenido sexual, al tiempo que afirma ‘7 veces se sonrojaron las mujeres por la gestión del presidente’, en una campaña que supuestamente las apoya; entretanto, los aficionados del Barcelona Sporting Club exhiben una violenta bandera para ‘humillar’ a sus oponentes, representándolos como una mujer con sus nalgas al aire, cargada por un troglodita.

Estos casos evidencian cómo el poder fascina, aterroriza o inmoviliza a la sociedad para garantizar su revitalización y permanencia: domina los cuerpos, en un tipo de opresión que no está situada, sino que funciona como una cadena, donde si bien no siempre queda claro quién ejerce el poder, sí es patente quién no lo tiene. Pero no todo está perdido, pues según Foucault, desde el momento en que el poder se fija en el cuerpo, emerge también la reivindicación del cuerpo en contra del poder.