El aumento descontrolado de pacientes con sobrepeso y obesidad presiona cada día más al sistema sanitario ecuatoriano. Seis de cada diez personas lidian con la acumulación anormal de grasa o un Índice de Masa Corporal (IMC) mayor a 25. Este problema comienza en la niñez y es es más prevalente en adultos de 40 a 50 años, en mujeres y se ha convertido en un desafío por las enfermedades asociadas.
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El Programa Mundial de Alimentos (PMA) alertó que los pacientes con sobrepeso y obesidad aumentaron en todas las provincias. Estos pacientes tienen un impacto económico al Estado equivalente al 2,08% del PIB, al 2023, según el Ministerio de Salud. Esto se debe al alto consumo de alimentos procesados, azúcares y grasas, además de un estilo de vida sedentario. La falta de ejercicio se ve agravada por el tiempo que se dedica a actividades en redes sociales y videojuegos.
Miguel Lamota, cirujano bariátrico y metabólico con 12 años de experiencia, señala que este fenómeno se debe a la mala educación nutricional que se recibe desde niños. Los pacientes asocian la comida con recompensa desde pequeños. “Te portaste bien toma un chupete, un caramelo, un chocolate…”, explica Lamota, quien resalta que esto se extiende a la adultez.
“Los pacientes con sobrepeso y obesidad que llegan a mi consulta me dicen: doctor yo no como en todo el día, solo me como tres panes y dos o tres coca-colas”.
Los niños varones aumentan más de peso
Un estudio de la Universidad Católica de Quito reveló que el 36% de los niños ecuatorianos de 5 a 11 años sufren de sobrepeso u obesidad, siendo los varones un 26% más propensos que las niñas. El riesgo de sobrepeso u obesidad aumenta un 10% por cada año adicional de edad.
La última encuesta nacional del INEC reveló también que el 5% de los menores de cinco años afrontan sobrepeso y obesidad. En Imbabura y Loja, supera el 7%
El estudio de la PUCE señala que el etiquetado nutricional tipo semáforo ha perdido efectividad, ya que las familias con más niños con sobrepeso u obesidad tienden a consumir más productos procesados y ultraprocesados. Adicionalmente, el consumo de comidas escolares no tuvo un impacto significativo.
La actividad física regular se identificó como un factor protector, reduciendo las probabilidades de sobrepeso u obesidad en aproximadamente un 21%.
Las mujeres son más proclives a subir de peso
Las mujeres, después de los 35 o 40 años, tienden a ganar más peso, pues su metabolismo empieza a disminuir, hay factores hormonales, menopausia, mayor retención de líquidos, hipotiroidismo. Y si a esto se añade una vida poco saludable y sin actividad física, la situación empeora.
Pero las mujeres también son las que más buscan ayuda para mejorar su salud y calidad de vida. En la consulta del doctor Lamota, el 65% son féminas. Un dato curioso: “Cuando la mujer quiere operarse, el marido no puede decir que no. Si el hombre desea operarse y la mujer no quiere, no se opera”.
Estrategias de tratamiento para obesidad
Para pacientes con un IMC de entre 30 y 35, Lamota recomienda la manga gástrica, que implica resecar entre 75% y el 80% del estómago. Aquellos con un IMC de 35 o más, especialmente si son diabéticos o hipertensos, pueden optar por un bypass gástrico. Esto reduce la capacidad del estómago a 100-120 cm3 y excluye hasta dos metros y medio del intestino delgado para limitar la absorción de alimentos.
El balón gástrico es adecuado para quienes necesitan perder hasta 30 libras y se retira después de cuatro, seis o doce meses. Lamota sugiere cuatro meses para evitar complicaciones como gastritis y reflujo.
Minimizar los riesgos con especialistas en cirugía bariátrica
Si los pacientes con sobrepeso y obesidad se deciden por una cirugía deben ser evaluados por cardiólogo, gastroenterólogo, realizarse una endoscopia digestiva alta, seguir dieta preoperatoria y someterse a diversas valoraciones médicas y, aún más si tienen otras enfermedades asociadas.
Es crucial que las operaciones sean realizadas por un especialista en cirugía bariátrica con equipo multidisciplinario para minimizar riesgos. Una manga gástrica puede costar seis mil dólares; un bypass gástrico, entre siete mil y siete mil quinientos. Los balones gástricos varían de 2 500 a 4 000 dólares.
Las soluciones inyectables como ozempic (semaglutida) o saxenda (liraglutida) deben ser administradas por un médico y el acompañamiento de un nutricionista. Antes de su colocación es esencial evaluar la función pancreática y tiroidea. Se deben ajustar las dosis para evitar efectos adversos como diarrea o gastroparesia. Se recomienda en tratamientos cortos de seis semanas a dos meses.
Tres testimonios
Dayana Morán: ‘Me siento sana y con energía’
La expresentadora de TV cuenta qué le llevó a decidirse por una manga gástrica para mejorar su salud.
“Nunca he estado inconforme con mi peso hasta cuando me empecé a sentir mal. Gracias a Dios tener un carácter y una personalidad fuerte me sirvió. Lo que me animo a bajar de peso es mi salud. Ser ama de casa y mamá 24/7 requiere de energía y el exceso de peso me complicaba. Después de mi segundo embarazo pesaba 195 libras y bajé a 188. Con 1,72 m de estatura tenía 18 kilos de sobrepeso.
En redes sociales recibía un montón insultos: Estás ballena, obesa, mofe…y ahora que estoy delgada me dicen cadavérica, escuálida…, que también me dan lo mismo. Sin embargo, veo que la salud mental de otras mujeres que no tienen esa fortaleza sí les perjudica. Esto lleva a hombres y mujeres a tomar decisiones equivocadas. También me equivoqué tomando pastillas, medicamentos y dietas rigurosas de piña y agua por tres días seguidos. Pero, cuando uno es mamá y pasa de los 30, el cuerpo no responde igual. Y, al tener a cargo vidas que dependen de ti uno piensa muchísimo.
‘Las inyecciones para diabéticos no me convencieron’
Me dieron opciones como las inyecciones para personas con diabetes, pero no me convencieron. Si es una medicina para un diabético y no tengo esa enfermedad ¿por qué voy a enfermar o intoxicar a mi cuerpo con una medicina que no necesita?
El 80% de personas hacen dietas, toman pastillas, toman tés, que también lo hice, pero solo es por vanidad y sin pensar en el daño.
Yo tuve problemas de vesícula, hígado graso, colesterol y triglicéridos altos y una hernia. Con estos antecedentes decidí hacerme la manga gástrica hace un año y ha sido una de las mejores decisiones. Ya no me alimento como antes, tomo suplementos alimenticios y priorizo la proteína.
Me siento sana y con energía. Me mantengo activa con mis niños todo el día. Creo que cualquier tratamiento debe ser por salud, de la mano de un médico y con conciencia. Lo más factible es aprender buenos hábitos alimenticios, porque no todas las personas están aptas para una cirugía bariátrica y los suplementos son costosos”.
José Luis Fuentes: ‘No puedo estar ni cerca del glaucoma y la diabetes’
El docente universitario cambió su estilo de vida y alimentación para vencer la obesidad.
“Siempre fui gordito y nunca tuve problemas de bullying. Durante mis estudios universitarios bajé un poco de peso, pero no le di importancia. Al comenzar a trabajar empecé a ganar peso, pero caminaba bastante. Fue entonces cuando me diagnosticaron vitiligo y obviamente evitaba la exposición al sol. Para 2002 llevaba una vida sedentaria; me sumergí en mi maestría y luego en un doctorado.
Alcancé 100 kilos con una altura de 1,765 metros, que representaba obesidad leve. Mi disminución visual complicaba las cosas; al concentrarme más en la lectura y caminar poco. Además, mi alimentación era de pizzas, alitas, hamburguesas y pastas. Una forma de cubrir el estrés es con carbohidratos y azúcar.
Era un gordito feliz y no me hice exámenes de 2012 a 2018, que sufrí una contractura en la espalda, por el peso. La fisioterapeuta dijo: aquí la gente maldice cuando pongo las agujas (20), y yo como si nada.
No tenía conciencia, quizás porque había vivido un proceso complicado y estresante del doctorado y la manera de expresarlo fue con la insensibilidad al dolor.
‘No tenía opción: tenía que cambiar mi estilo de vida’
Empecé a caminar a diario tres o cuatro km durante seis meses. Aunque seguía comiendo como antes logré perder entre 10 y 15 kilos. Sin embargo, en los primeros controles médicos, los niveles de colesterol y triglicéridos estaban altos. El médico me advirtió sobre los riesgos asociados a mi discapacidad visual del 80%. No podía acercarme ni a la diabetes ni al glaucoma. Me mandó a un médico internista. Él fue directo conmigo: tenía que cambiar mi estilo de vida.
Mi visión es limitada; no conduzco y tengo una adaptación excelente a mi condición: albinismo ocular. No existen medicamentos ni cirugías para ello; solo control permanente.
Decidí cambiar mis hábitos alimenticios con una nutricionista. Al principio fue extraño, pero hoy peso 69 kilos y tengo 15% de grasa corporal. Es crucial prestar atención a no perder músculo en lugar de grasa.
El mayor desafío ha sido lidiar con el entorno social: familia y amigos se sienten incómodos porque no me alimento como ellos. Comprendí que los ecuatorianos consumimos demasiados carbohidratos.
Sofía Molina: ‘Mis ganas de vivir son más profundas’
A sus 40 años se ha reconciliado consigo misma y su proceso de bajar de peso está dando resultado.
“Desde que tenía 13 años he lidiado con el sobrepeso. Crecí en una familia numerosa, con 26 primos, todos delgados, guapos y altos. Yo también era simpática, pero el sobrepeso me jugaba en contra. He pasado por etapas en las que he perdido peso rápidamente. Intenté todo lo que el mercado ofrece: pastillas que suprimen el apetito, pero que uno de sus componentes es el racumín y eso te seca hasta dietas extremas, como la de diabéticos. Pero el rebote es mucho más grave.
El sobrepeso me generaba ansiedad y depresión. Me sentía sola y que no encajaba en el estándar de belleza y eso alimentaba mi inseguridad, haciéndome perder la ilusión de vivir. Con esto aprendí sobre el uso y abuso del maquillaje para esconderse y tener el cabello largo para que no se me vea la cara. En 2020 sentí un descontrol por completo y no tenía ganas de vivir, a raíz de mi primer contagio de covid. Tenía fatiga, no podía respirar, dormir y podía pasar tres días sin comer, pero luego sucumbía a atracones de comida. Sin una rutina alimenticia saludable, mi cuerpo parecía asimilar comida para tres o cuatro.
En mis cuadros de ansiedad y depresión me calmaba con la comida chatarra: Coca-Cola, hamburguesas, papas fritas, pizzas y barras de chocolate. Después venía la culpa.
El problema principal del sobrepeso era que no me aceptaba y me sentía sola. Era muy dura conmigo misma, y nada parecía suficiente.
Con 1,61 m de estatura llegué a pesar 210 libras. Cuatro meses después de haber estado hospitalizada por covid y, en medio de la depresión, intenté hacerme daño. Aunque tomaba antidepresivos, eso solo aumentaba mi peso y mi dependencia de la medicación.
‘Me reconcilié conmigo y con la comida’
La psiquiatra me insistía en poner de parte, pero seguía atrapada en el ciclo del sobrepeso. No me gustaba mirarme en el espejo; solo me tomaba fotos de mi rostro. Usaba ropa de hombre. Finalmente, la terapia psicológica y la medicina ancestral andina me han ayudado. Creo que todo en la vida es un acto de fe. No quería seguir siendo farmacodependiente, aunque mi psiquiatra me dijo que tendría que tomar medicación de por vida y me diagnosticó bipolaridad tipo 2.
Tras muchos intentos con médicos, nutricionistas y psicólogos, desde diciembre ya no tomo pastillas y he dejado atrás las crisis de ansiedad y depresión. He logrado reconciliarme conmigo mismo y con la comida.
Trabajo en mis emociones, permitiendo sentir sin culpa. Ahora tengo horarios para mis comidas y agradezco cada bocado. Pongo alarmas que me recuerdan cuándo es momento de comer. A medida que voy sanando mi cuerpo está sanando.
Hoy peso 180 libras y he comenzado a amar el deporte. Cada mañana a las 6:00 me levanto con ganas de hacer ejercicio. Estoy dejando atrás el desorden alimenticio, creciendo paso a paso. Nunca más me haré daño porque mis ganas de vivir son más profundas”