La lectura como placer

Juan Domingo Argüelles, en el libro ‘Qué leen los que no leen?’, sobre la lectura y la escolarización en la sociedad moderna, busca entender por qué, pese al empeño puesto por las autoridades culturales en impulsar el hábito de la lectura, los registros no aumentan significativamente.

Entre los argumentos que presenta para el fracaso de las campañas de lectura está que generalmente olvidan que la emoción está reñida con la disciplina y, por lo tanto, todo lo que se hace a fuerza pierde su alegría. La lectura, al dejar de ser un acto libre, donde cada uno lee el libro que le apetece y a la hora que le conviene, se convierte en una carga de la que la mayoría desea desprenderse.

Una de las soluciones propuestas por el autor para incentivar la lectura entre los más jóvenes es que el estímulo no se relacione con obtener una nota por hacerlo y que se aleje de todo lo que pueda sentirse como una la obligación. Coincide con la emitida por la Universidad de Chicago sobre ofrecer la lectura a los niños como una opción despojada de utilidad práctica, acercándola a la dimensión mágica de su contenido.

Estas consideraciones tienen que ver con la idea de que la lectura es y debería ser un placer, que se aprende despreocupadamente, sin imponerse como una camisa de fuerza; actitud que se pierde en el ámbito escolar, donde las reglas impuestas la despojan de su capacidad de asombrar, interrogar, llevar al asombro y de estimular la fantasía.

El problema del sistema educativo –desde la escuela hasta la universidad– es que privilegia la lectura para el perfeccionamiento técnico sobre el sentido ético del conocimiento. La gravedad del error se demuestra al recordar que los nazis eran grandes lectores, muchos poseedores de una cultura privilegiada, pese a lo cual emprendieron en el exterminio de otros seres humanos, de ahí la importancia de reevaluar los valores educativos que imponen la lectura de textos literarios, que deberían ser un placer y no una tortura.