Los vecinos de Bolaños en Quito se levantan a tres semanas del incendio forestal

Todo parece quedar como un recuerdo cruel e imborrable. Los vecinos del Barrio Bolaños en Quito se levantan a tres semanas del incendio que dejó a varias familias afectadas y buscan recuperarse. Varias quedaron damnificadas y el olor a quemado no desaparece. En muchos hay algo de malhumor. Saben que la tragedia reactivará la idea de ubicarlos en otro sector, pero no todos están de acuerdo y se quieren quedar allí, donde ha vivido su familia desde 1927, cuando este barrio se separó de Guápulo.

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Lo que queda a tres semanas del incendio de Bolaños

“¿Qué traen? ¿Traen algo por lo menos? No han venido con nada”, dijo un hombre que trabajaba sobre unos metales, cuando EL COMERCIO llegó allá para conocer cómo están pasando, ahora que el incendio queda como un mal recuerdo imposible de borrar.

Otro, más amable, estaba sembrando maíz. “No puedo hablar. Estoy bastante ocupado”, dijo a la distancia. Este, en cambio, sonreía. Quizá ese pedazo de tierra sobre la que trabajaba le devuelve un poco la esperanza.

En cambio, María Salvador Amalesa Quishpe lamenta que “acá en el barrio no hay presidente. Hemos tenido fuertes discusiones. Por una cocina o por una refrigeradora fue una discordia. Hasta nos trataron mal”, dice esta mujer que regresaba de la cancha de fútbol cargado un costal con algunas botellas de cerveza que su hijo vende.

Teresita de Jesús Quitiaqués vive en Bolaños unos 50 años. Ella no estuvo durante el incendio. Si bien no se quemó su casa, se arruinó la maquinaria de la mecánica de su esposo y sus hijos y a la hija se le quemó la casa. “A mí se me murieron los animalitos”, dice. Y añade: “Estamos todos tristes porque no tenemos nada, aunque tenemos la casita que pudieron salvar, pero no la de mi hija.

Vanesa Díaz tiene 23 años y está embarazada. Ella fue de las primeras que debió evacuar la zona porque está embarazada de una niña. Recuerda bien “ese momento catastrófico porque todo el humo llegaba de golpe”. Ella volvió a este barrio donde vivió de pequeña y nunca había pasado nada semejante.

Seguir en Bolaños, el objetivo de los vecinos

Díaz mantiene en su recuerdo el miedo por las llamas que se expandían y porque “entraba full calor por las ventanas. Además, estaba sola y con miedo”. Pero estos miedos se suman a las pendientes que tienen en el barrio, las piedras que cuelgan de las laderas y las enfermedades respiratorias que están desarrollando. Y quizá el mayor problema que han tenido data del 2005, cuando se inauguró el túnel Guayasamín.

En ese tiempo, los vecinos de Bolaños vieron la obra como una solución. Pero fue todo lo contrario. Diariamente, se ve a los pobladores salir a la vía Guayasamín para pedir un aventón a los vecinos o esperar que un taxi pase por allí. Los más afortunados, dice Díaz, son madres con sus niños, las mujeres embarazadas, pero difícilmente llevan a hombres.

Y cuando ya se pierde toda esperanza, cruzan a pie, entre la contaminación del dióxido de carbono de los vehículos y el espantoso ruido de los extractores de olores.

Sin embargo, no se quieren ir. “Aquí estamos bien. Vivimos en paz, no hay ladrones ni nada”, dice Quitiaqués. ¿Y si llega una propuesta para reubicarlos? “Habrá que ver”, dice Díaz, “pero que no sea tan lejos”.

Así, más o menos, es la vida en Bolaños, en donde este 14 de octubre se cumplen tres semanas de ese incendio que bajó el ánimo de sus pobladores y de todos los quiteños.