Manolo


Manolo Cadena Torres (Quito, 1936-2002): bravura para enfrentar los embates de la vida, levadura humana generosa y buena, pasión por llevar lo mejor de su patria por el mundo. Promovió a deportistas –estuvo a punto de obtener un campeonato mundial de boxeo con Jaime Valladares­–, dio un giro histórico al turismo de Quito con la Feria Jesús del Gran Poder, impuso su figura como uno de los más notables toreros de su tiempo. Sus documentales recogieron nuestros asombrosos paisajes.

El documental es un género que funde arte e información. Manolo cuidó que fueran la sustancia de los suyos.

Nunca me atrajo la tauromaquia, pero ese hecho no alteró en un ápice la inalterable amistad que mantuve con él. Delgado, tez bruñida por los soles de su profesión de torero, refinado y cordial –caballero auténtico y por eso inolvidable–, su sonrisa dominaba su corazón, regalaba a manos llenas tiempo, honestidad y esfuerzo para forjar nuestra buena historia. Nunca lo vi solo, sus amigos bullían: banderilleros, mozos de espadas y picadores; boxeadores en ciernes; jóvenes que habían oído hablar de él y se acercaban como imantados por sus milagrerías para que los guíe en sus sueños.

Visionario, deslumbrador, utopista, batalló por un país de abundancia. En tiempos de auge de la torería, fue factótum de la construcción del coso de Iñaquito, encumbrándolo a los primeros sitiales del mundo de la tauromaquia.

Varios fueron los jóvenes deportistas que hallaron en su mano guía y apoyo para cumplir sus empeños. Amistad y confianza recibí de él. En ciertas ocasiones me “encargó” los ingresos de sus empresas que, por cierto, los desvanecía en un santiamén, invirtiéndolos en una nueva quimera.

Saber estar solo es la recompensa imperiosa y enaltecedora de saber estar con amigos. Manolo alcanzó esa lección. Es probable que supiera también que a su funeral iban a concurrir miles de personas que colmaron la plaza de Toros, y que los humildes –de todas partes– lloraron su partida.