El nuevo presidente, Daniel Noboa, prestó juramento ante el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Kronfle, en una corta ceremonia que concluyó con un discurso de siete minutos, impecable en su forma, pero limitado en su contenido. Lanzó lisonjas a los jóvenes, probablemente buscando una base política, pero dotándole al mensaje de un aire electoral.
Ha dado por superada la política de la charlatanería que ofrecía la solución de todos los problemas y el cumplimiento de todos los derechos. Noboa se declara hombre de acción y pocas palabras, libre de los viejos paradigmas políticos o ideológicos y propone superar el ciclo de revanchas para inaugurar una política distinta que “le gusta planificar, poner objetivos y medir todo para ver los avances”.
Las claves del proyecto nacional y las soluciones para los problemas urgentes tendremos que seguir adivinando o construyendo con la escasa información que proporciona. Adelantó que dos proyectos urgentes pretenden crear empleo, pero nada dijo de la consulta popular; su visión electoral hace suponer que la mantendrá para mejorar su base política.
El presidente ha tenido problemas con la integración de su gabinete, que es muy diverso y le falta experiencia; ya cayeron dos ministros, faltan otros dos y uno hizo gala de improvisación y superficialidad. No será fácil darle coherencia a un gabinete que no viene de un partido político. La relación con la vicepresidente se presenta como un tema incómodo.
La ceremonia de cambio de mando tuvo de todo, desde la ternura del pequeño Alvarito, el hijo del presidente, hasta la majadería de dos asambleístas, una que negó el saludo civilizado al presidente saliente y otra que gritó como si estuviera en el mercado.
El presidente de la Asamblea Nacional ofreció recuperar el valor de la palabra; todo un programa político y una necesidad para redimir el acuerdo de gobernabilidad con el presidente. Han dicho que no incluye la impunidad; veremos si la palabra tiene valor.