Quito, los riesgos y la planificación

Quito, una ciudad con un entorno natural hermoso, también se enfrenta a peligros que no deben ser subestimados. Su ubicación entre montañas, la cercanía a volcanes activos y el crecimiento urbano desorganizado la convierten en una metrópolis altamente vulnerable a desastres naturales y provocados por el ser humano. La pregunta que surge es clara: ¿está la capital de Ecuador verdaderamente preparada para enfrentar estos riesgos?

A primera vista, las autoridades en varias escalas parecen tener respuestas para todos los problemas. Se mencionan planes de contingencia para emergencias, protocolos establecidos y un Plan Metropolitano de Respuesta que se activa según la magnitud de cada incidente. Sin embargo, al escuchar a los expertos en gestión de riesgos, la realidad parece ser más compleja.

Un enfoque en la prevención podría no solo salvar vidas, sino también mitigar los daños económicos que traen consigo los desastres.

Uno de los puntos críticos es la falta de integración de los planes de contingencia en el entramado urbano. Los planes suelen ser elaborados por consultorías externas, lo que, en teoría, no es malo, pero en la práctica resulta problemático si las autoridades no comprenden cómo implementarlos. Esto refleja una desconexión preocupante entre la gestión técnica y la operativa. De nada sirve tener un plan si los responsables de ejecutarlo no están familiarizados con sus detalles. Más allá de la mera existencia de documentos, es imperativo que la autoridad se enfoque en la capacitación constante de su personal y en la actualización de estos planes conforme cambia la ciudad.

Los riesgos en Quito son muchos y diversos, desde incendios forestales en verano, deslaves e inundaciones durante la temporada de lluvias, hasta la amenaza siempre presente de una erupción volcánica o un terremoto.

Lo que parece faltar, y aquí radica la crítica más profunda, es una verdadera cultura de prevención. Si bien hay esfuerzos para limpiar quebradas y se han realizado algunos estudios para identificar zonas vulnerables, los expertos coinciden en que se trata de esfuerzos aislados. Los simulacros y campañas de concienciación, aunque valiosos, no sustituyen una planificación territorial rigurosa. Un enfoque en la prevención podría no solo salvar vidas, sino también mitigar los daños económicos que traen consigo los desastres.

La gestión de riesgos no debe ser vista únicamente desde una perspectiva reactiva. Quito tiene la capacidad de reacción, eso está claro; su personal de emergencia está bien entrenado y, en general, la ciudad cuenta con tecnología y recursos económicos adecuados para enfrentar crisis. Sin embargo, el desafío no está solo en responder a una emergencia, sino en evitar que se convierta en un desastre en primer lugar. Los riesgos se deben gestionar desde una visión integral que contemple no solo la respuesta, sino la planificación de largo plazo, basada en evidencia y ajustada a las realidades territoriales.

Las autoridades deben tomar la responsabilidad de no solo responder ante emergencias, sino también de anticiparlas. Esto implica una revisión constante de la normativa existente, la inversión en educación y la participación activa de la ciudadanía en la gestión de su propio entorno. Solo así se podrá construir un Quito verdaderamente resiliente.