Reconocimiento del «otro»


Los derechos humanos son fundamentos de la democracia. En esencia, los derechos equivalen a garantías, que tienen como contrapartida los deberes o responsabilidades.

La razón estriba en que el ejercicio de cada derecho implica el deber correlativo de cumplirlo. En la doctrina este precepto es sustentable, y ha sido incorporado en las legislaciones, pero, en la práctica, se exhibe al derecho como panacea, mientras el deber se considera subalterno.

Lo anterior se explica porque el «yo» tiene en el «otro» su alter ego; es decir, la presencia de una persona con iguales atributos, con dignidad, derechos y deberes. Esto desde el punto de vista axiológico. La religión denomina al «otro» como prójimo.

¿Qué hacer para superar esta dicotomía? La familia y la escuela son escenarios naturales para promover el respeto a los semejantes. Una estrategia es insistir en la inclusión, mediante el lenguaje verbal y no verbal, que elimine progresivamente todo tipo de discriminación,

Hay referencias interesantes: Jean-Paul Sartre, filósofo francés, promovió el estudio del «otro». Y Octavio Paz, mexicano, Premio Nobel de Literatura, fue calificado como el «poeta de la otredad».

Pensar, sentir, creer y actuar diferente debería ser una riqueza, y no un estigma, fuente de conflictos atizados por el egoísmo y la dominación. El reconocimiento del «otro» no es tarea fácil, pero constituye una meta insoslayable para madurar como personas y como sociedad. El cambio está en la educación que de valor al «otro».