Resiliencia, un escudo frente al cambio climático

En la compleja danza de la naturaleza, Ecuador está en una posición privilegiada y vulnerable al mismo tiempo. La belleza de sus montañas, selvas y costas, es solo la cara visible de una realidad más profunda y desafiante: la variabilidad climática. En este escenario, la resiliencia se convierte en un escudo vital que debe ser forjado con urgencia para enfrentar los eventos extremos.

El término resiliencia adquiere importancia en el vocabulario del siglo XXI, y con justa razón. Es la capacidad de ciudadanos, comunidades y sistemas naturales para adaptarse, recuperarse y transformarse en medio de crisis y adversidades.

En el contexto ecuatoriano, donde la variabilidad climática es una constante, la resiliencia no es una opción, sino una necesidad imperiosa.

La base de esta resiliencia radica en comprender y anticiparse a las fluctuaciones climáticas. Los patrones promedio de precipitaciones y temperatura a lo largo de 30 años brindan una guía valiosa. Pero es importante contar con la mayor cantidad de data.

El monitoreo constante, diario, mensual y anual, para detectar desviaciones y prepararse para enfrentarlas es otro recurso. La planificación local, en cada cantón, emerge como un elemento esencial.

Tomemos el ejemplo de Lloa, donde las comunidades han sufrido de forma repetitiva los embates de deslaves, deslizamientos de tierra y crecidas de ríos.

La destrucción de infraestructuras clave, como la Unidad Educativa Padre Menten en el recinto Chiriboga y un centro turístico comunitario, en el sector de El Arrayán, no solo representa pérdidas materiales. Es un golpe devastador a la economía local, basada en la agricultura, ganadería y turismo.

La tragedia de Lloa no es aislada; más bien, representa un microcosmos de la realidad ecuatoriana. La falta de soluciones sostenibles y de planes de acción previos frente a eventos climáticos extremos constituye una falla sistémica. Es hora de definir soluciones que tomen en cuenta a la naturaleza. Estas no solo protegen a las comunidades, sino que también fortalezcan los ecosistemas que las sustentan.

La resiliencia climática se aborda de manera integral en todas las áreas de la vida cotidiana: vialidad, agricultura, infraestructura, vivienda, entre otras. Esto demanda políticas públicas proactivas, infraestructuras resilientes y educación para gestionar el riesgo.

Es un desafío enorme, pero también una oportunidad para construir un Ecuador más fuerte.