Rosalía

Uno de los privilegios que me ha concedido la vida es la amistad de Rosalía Arteaga Serrano (Cuenca, 1956) y su familia. Junto a un tío suyo atravesé el umbral de esta familia, en la cual es tarea imposible hallar alguien que no sea bendecido por la pasión de leer.

“La inteligencia es incapaz de entender la vida, advierte Henri Bergson, el corazón es el que descifra nuestros misterios y en él habita la amistad”. Amistad es modestia digna. Clarividencia. Anchura de espíritu. Altruismo. Confianza. “Estar de acuerdo en no estar de acuerdo”. Esta amistad me vincula a Rosalía.

Fue en sus años de colegio cuando develó su vocación por la escritura –Jerónimo es su libro emblemático– y su innata hiperactividad para organizar certámenes o protagonizaraventuras periodísticas. (Fundar un diario sin aval económico es asunto casi imposible, Rosalía lo logró junto a su hermana Claudia).

Entre sus ancestros constan juristas, escritores, periodistas, políticos renombrados, entre ellos, dos expresidentes: Luis Cordero y Manuel María Borrero. Rosalía llegaría también a ocupar el solio presidencial. Nadie, nada han podido ensombrecer su figura. El tiempo ha dado ya su inapelable juicio sobre su vida y obra. Maestra, escritora, periodista, política, sigue poniendo en alto el nombre de la patria, dentro y fuera de ella.

Rosalía es talento creador, sensibilidad iluminada, valores éticos y morales, reciedumbre civil, dación integral a los demás. Estuve junto a ella cuando ejerció la Vicepresidencia y la Presidencia de la República. Apenas acompañada por dos o tres personas de su círculo íntimo, retó al Congreso Nacional cuando fue a defender su derecho de asumir la Presidencia de la República. “Ni el ejército más numeroso y armado de la tierra es comparable con la valentía de una mujer”, sentenció Rachel Carson.

“Hay dos maneras de divulgar la luz –dijo Edith Wharton–: siendo la vela o siendo el espejo que la irradia”. Las dos se congregan en Rosalía Arteaga Serrano.